Entre más viajamos más aprendemos, somos seres que nacimos para ser libres y explorar. Después de la pandemia volveremos salir, aún no sabemos cómo, pero ¿qué tal de un modo humano?
Desde que comienza nuestra vida, no hay un momento en que no nos dediquemos a explorar. Cuando empezamos a gatear, cuando aprendemos a andar en bicicleta o en nuestro primer campamento de verano. Cuando por primera vez nos ponemos frente al volante de un automóvil y podemos conducir a cualquier lugar, en todo momento, exploramos.
En cada una de estas etapas, nuestro mundo se expande y no podemos volver a imaginarlo de otra manera. Es por eso que, en estos tiempos de aislamiento social, en los que no podemos salir, nos encontramos con una realidad difícil de asimilar, un mundo que no podemos descubrir, que no podemos explorar, donde sentimos que nos han cortado las alas y como cuando éramos niños, nos sentimos castigados o en time out.
En los últimos años, la libertad de movimiento se había vuelto prácticamente universal, y eso significaba pasar de un poblado a otro, de una ciudad a otra o de un hemisferio a otro, sin limitaciones porque todos tenemos esa posibilidad.
Y todo eso se detuvo en un momento, como cuando nos castigaban sin poder salir a andar en bicicleta y ahora, simplemente viajar ya no es una opción. Se cortó nuestra libertad. Esto es una perdida global muy profunda, que estoy convencido es muy importante que todos recuperemos.
Explorar, aprender, descubrir y ser libres, son necesidades inherentes del ser humano, y esa parte de nuestro ser, no podrá contenerse. Ya sea para disfrutar de experiencias únicas e interesantes, conocer gente nueva o aprender y ampliar nuestros conocimientos. El viajar es nuestra manera de comprender el mundo y vivir momentos memorables, dos cosas que son necesarias para nuestra existencia.
El mundo antes de la pandemia, los viajes y el turismo
Antes de la pandemia parecía que una parte de los humanos estaba buscando eliminar o modificar esa libertad de movimiento, tanto de personas como de comercio por mencionar algunas: la amenaza del muro de Trump, las zonas antigay polacas y el Brexit.
Todo apuntaba a que nos acercábamos a un cambio global que buscaba alejarse de la tendencia de borrar las fronteras que el TLCAN, la Unión Europea y otros acuerdos regionales en el mundo, parecían haber logrado.
Pero qué tan conscientes estábamos de los cambios que se estaban provocando, por ejemplo, la búsqueda número uno el día después de la votación del Brexit en Google fue «¿Qué es el Brexit?»
En países como México, Brasil, Italia o EE. UU., elegimos personalidades populistas que quieren crear división en lugar de unidad, que buscan separar a las personas con base a sus puntos de vista, religión, clase, color de piel o cultura. En otras palabras, quizás la pandemia solo aceleró un proceso que nosotros mismos estábamos generando poco a poco con nuestras decisiones y actos.
¿Pero qué pasa con los viajes? ¿Acaso también vemos estas divisiones en nuestra manera de viajar y cómo interactuamos con el destino? Me pregunto qué es más importante para un viajero, decir que visitó un destino y anunciarlo en sus redes sociales o conocer una cultura completamente distinta a la suya; ir al restaurante de moda o de compras y enriquecerse con experiencias nuevas y únicas, probar la gastronomía local, crear recuerdos de por vida o simplemente cumplir un bucket list de lugares “que tengo que visitar”.
Antes de la pandemia Airbnb estaba siendo condenada en Barcelona y Nueva York por alentar a los propietarios a sacar del mercado propiedades de alquiler asequibles que se convertían en alojamientos turísticos más rentables. Distanciando a los locales de su propia ciudad, sin poder competir con los beneficios de rentar a un turista.
Las aerolíneas estaban enfocadas únicamente en su rentabilidad buscando la manera de tener cada vez más pasajeros y menos espacio entre sus asientos, y se preocupaban cada vez menos por la comodidad, seguridad y dignidad de sus pasajeros. El panorama se encontraba cada vez más lejos de los tiempos en los que el trayecto era igual de importante que el destino, la sobreventa de boletos no existía y el servicio al pasajero era lo más importante.
(Los invito a leer mi nota: ¿Si tuviéramos el poder de cambiar los viajes en avión? Publicada en este mismo espacio)
El término “overtourism” apenas se empezó a usar en 2015. Overtourism es definida como la congestión percibida o hacinamiento de un exceso de turistas, lo que resulta en conflictos con los lugareños. Ahora es la expresión más utilizada para describir los impactos negativos atribuidos al turismo. El turista cada vez está más alejado del destino y los locales que lo reciben. El turismo se convirtió en una plaga y no en un generador de bienestar.
Como dije al inicio, desde que nacemos somos exploradores, pero la industria de los viajes nos convirtió, a la gran mayoría de nosotros, en turistas. Consumidores de cultura en lugar de contribuyentes a ella. Nos hemos convertido en personas que dejan su ética e incluso sus modales en casa, borrachos y desnudos en las playas de Cancún o lanzando botellas sobre los bordes de los cruceros en el Caribe, pintando en aerosol las paredes de la antigua Roma, y derribando maravillas geológicas o pirámides aún más antiguas.
Esa era nuestra forma de viajar antes de COVID-19.
Pero un día llegó COVID-19 “we are all connected”
COVID–19 nos ha traído la gran oportunidad de cambiar. Entre países tenemos fronteras, estas líneas legales para separar países, pero cuando se trata de la humanidad, esta pandemia nos ha mostrado de la manera más visceralmente posible que como humanidad estamos conectados. Y no solo por la forma de transmisión en la que rápidamente las fronteras se borraron, hasta el lugar más recóndito del planeta aparecían casos. No olvidemos que todos estamos a bordo de la misma roca que gira alrededor del sol.
¿Y cómo ha reaccionado la industria turística?
Las aerolíneas dispuestas a reembolsar todos los vuelos. Y haciendo vuelos continentales para transportar equipo médico. Las navieras ofreciendo barcos como hospital y reembolsando a los viajeros las reservas futuras. Los hoteles donando espacios para personal médico y ofreciendo reembolsar a los viajeros que tenían reservas. Las arrendadoras dando autos gratis a personal médico.
Sí, tuvo que llegar un virus para recordarnos que el actor principal de la industria es el viajero y su relación con el destino, que ambos están unidos y que esa interacción hace nuestra industria. Este time out en el que nos puso el mundo, es nuestra oportunidad para mostrarnos una industria turística más humana.
Un turismo más humano
Ya lo he dicho antes y si de algo estoy seguro es que somos terribles prediciendo el futuro. No tengo idea de cómo se verá la industria en los próximos meses, pero sí sé qué transformación me gustaría que le diéramos, ya que estoy convencido que los viajes son igual de importantes, tanto para los que lo hacen como para las personas y lugares que se visitan. Miles de trabajos y de personas dependen de esta interacción, desde el agente de viajes que te ayuda a planearlo y concretarlo, hasta el vendedor local al que le compraste la sombrilla esa tarde de lluvia.
Un ejemplo claro son los miles de trabajadores indocumentados mexicanos que trabajan en la industria restaurantera y de la hospitalidad en EE. UU. y que gracias a ellos viven millones de personas en nuestro país. Una parte importante de esos millones de dólares de remesas que llegan periódicamente a los hogares de nuestro país se generan gracias a los viajeros que se hospedaron en un hotel o cenaron en un restaurante en los que ellos son pieza clave de lo que sucede tras bambalinas.